domingo, 24 de abril de 2011

Caída libre detrás de una gota.

lagotacae caecaedeltechoalvacioquehaydebajoyqueparecenoterminarnuncaperoterminaporquetodoterminasiempreycuandounolodejeterminarporqueavecesnosagarramosalascosasynolasdejamosircomoyoquemeagarroamicabezaynolasueltoporquenosesoltarporquetengolosdedosdurosdenosoltarelrioquehayenmicabezayesridiculoporqueunrionosepuedeagarrarperoloshombreshacemosdiquesyencerramosriosyencerramospajarosamarillosenjaulasdoradasperojaulasalfin acasemecortolarespiracionysehizounblancoenmicerebrotodoregadodejuguitosmisteriososyrecorridoporcorrienteselectricasquevienennosededondeyquehacenporahoraladiferenciaentrelavidaylamuertecomoseraestarmuertoyocreoquealgunavezmemoriporqueyacasinadameasustasalvoelabismoabigarradodemierdaqueseabreentreloshombrescuandomasticansusprejuiciosensilenciodelantedesusenemigosponiendocaradepoker  otroblancoenmicabecitallenaderecuerdoseimagenesdeunabellezaquehielalasvenasporquecuantabellezaveotodoeltiempoestaraahiomelaestareimaginandosoyunalocaquealucinabellezaylavadejandotiradasobrelasalfombrasenlossubtesenlascamasdeloshombresquemehanprestadosuspechospeludosycalentitosparasoñardespuesdejugarenlosojosdelosmendigosperdidosenlamarañadeundestinotanenquilombadoquenoencuentranlasalidayundiasearmanunranchoenlacalleperonoporquesonpobressinoporqueundiayanopudieroncaminarparaadelanteysequedarondandovueltasalrededordeunalatadedulcedebatataqueusanparahacerseunguisoconloquelesregalanenlosrestaurantesdondevagentequemiraparaotroladocuandolosvepasarcercadelaventanayelloscaencaencadavezmasprofundocaencomolagotaquesedeslizopormitechohaceunratoyvayaasaberunodondefueaparar

domingo, 17 de abril de 2011

Ancient Buddhist Text: The Sutra of the Heart.



THE SUTRA OF THE HEART
OF TRANSCENDENT KNOWLEDGE



Thus have I heard. Once the Blessed One was dwelling in Råjagôiha at Vulture Peak
mountain, together with a great gathering of the saðgha of monks and a great gathering of
the saðgha of bodhisattvas. At the time the Blessed One entered the samådhi that expresses
the dharma called “profound illumination,” and at the same time noble Avalokiteshvara,
the bodhisattva mahåsattva, while practicing the profound prajñåpåramitå, saw in this way:
he saw the five skandhas to be empty of nature.


Then, through the power of the Buddha, venerable Shåriputra said to noble
Avalokiteshvara, the bodhisattva mahåsattva, “How should a son or daughter of noble
family train, who wishes to practice the profound prajñåpåramitå?”


Addressed in this way, noble Avalokiteshvara, the bodhisattva mahåsattva, said to
venerable Shåriputra, “O Shåriputra, a son or daughter of noble family who wishes to
practice the profound prajñåpåramitå should see in this way: seeing the five skandhas to
be empty of nature.

Form is emptiness; emptiness also is form. Emptiness is no other than
form; form is no other than emptiness. In the same way, feeling, perception, formation, and
consciousness are emptiness. Thus, Shåriputra, all dharmas are emptiness. There are no
characteristics. There is no birth and no cessation. There is no impurity and no purity. There
is no decrease and no increase. Therefore, Shåriputra, in emptiness, there is no form, no
feeling, no perception, no formation, no consciousness; no eye, no ear, no nose, no tongue,
no body, no mind; no appearance, no sound, no smell, no taste, no touch, no dharmas; no
eye dhåtu up to no mind dhåtu, no dhåtu of dharmas, no mind consciousness dhåtu; no
ignorance, no end of ignorance up to no old age and death, no end of old age and death; no
suffering, no origin of suffering, no cessation of suffering, no path, no wisdom, no
attainment, and no nonattainment.

Therefore, Shåriputra, since the bodhisattvas have no
attainment, they abide by means of prajñåpåramitå. Since there is no obscuration of mind,
there is no fear. They transcend falsity and attain complete nirvåïa. All the buddhas of the
three times, by means of prajñåpåramitå, fully awaken to unsurpassable, true, complete
enlightenment.

Therefore, the great mantra of prajñåpåramitå, the mantra of great insight,
the unsurpassed mantra, the unequaled mantra, the mantra that calms all suffering, should
be known as truth, since there is no deception. The prajñåpåramitå mantra is said in this
way:

OM GATE GATE PÅRAGATE PÅRASAMGATE BODHI SVÅHÅ

Thus, Shåriputra, the bodhisattva mahåsattva should train in the profound prajñåpåramitå.”
Then the Blessed One arose from that samådhi and praised noble Avalokiteshvara, the
bodhisattva mahåsattva, saying, “Good, good, O son of noble family; thus it is, O son of
noble family, thus it is. One should practice the profound prajñåpåramitå just as you have
taught and all the tathågatas will rejoice.”

When the Blessed One had said this, venerable Shåriputra and noble Avalokiteshvara,
the bodhisattva mahåsattva, that whole assembly and the world with its gods, humans,
asuras, and gandharvas rejoiced and praised the words of the Blessed One.



 


Lotsåwa bhikúhu Rinchen De translated this text into Tibetan with the Indian païçita Vimalamitra.
It was edited by the great editor-lotsåwas Gelo, Namkha, and others. This Tibetan text was copied
from the fresco in Gegye Chemaling at the glorious Samye vihåra. It has been translated into English
by the Nålandå Translation Committee under the direction of Vidyådhara the Venerable Chögyam
Trungpa Rinpoche, with reference to several Sanskrit editions.
© 1975, 1980 by the Nålandå Translation Committee. All rights reserved.
Available on our website <www.shambhala.org/ntc> for personal use.

lunes, 4 de abril de 2011

El único diablo es la ignorancia.




With my kindest regards to Islamic culture. The devil is not Islam. My apologies on behalf of human ignorance.

Bondades y Peligros del Arte del Patín. Cuento.


 (Para Andrea y Ricardo, que escuchan a la grulla desde la vasta pampa de su king. Acá les cuento un cuento antes de irse a dormir. Tápense que refrescó.)


    Las historias posibles son infinitas. Cualquier minúsculo fragmento de realidad puede ser tomado como un efímero cristal de nieve, y puesto bajo la lupa de una mente viajera. Allí se agrandará y multiplicará, podrá desarrollarse en una cantidad también innumerable de formas. Los humanos necesitamos cuentos. Algo tienen que nos nutre y ayuda. Algún aceite esencial les vamos extrayendo, que lubrica nuestra vida.

Comienzo a contar entonces, uno de esos tantos relatos posibles, sin saber todavía adonde me llevará, ni de qué oscuro rincón de mí surge. Me propongo el juego de narrar una historia sin nudo, la vida de alguien a quien nunca le sucedió nada notable; verificar si eso es posible, si logro eludir todo conflicto, toda tentación de heroísmo. Una vida intrascendente, que se apague sin haber brillado jamás. Veamos si tal cosa existe, o si en todo destino se filtra, inexorablemente, con redentor disimulo, el misterio.

 Intentaré darme cuenta de cómo se logra construir un camino empedrado de  situaciones irrelevantes, carente de dolor, de éxtasis y de grandeza, que transporte a mi personaje, ahorrándole sobresaltos, desde un parto sin complicaciones hasta su último instante, una muerte apenas llorada.

 Pongámosle sexo: mujer. Me resulta más fácil inventar una mujer. Ya me he inventado a mí misma con discreto éxito. Pongámosle nombre: Ester. Ni muy fuerte ni muy dulce, poco expresivo. Para decirlo debo estirar las comisuras de los labios en una especie de sonrisa congelada; un gesto plano. Ester, pues. Una vida monocorde. Ester bebe leche. Ester crece. Debe ceder. Se estremece en el semen. Merece perder. Merece perecer este ser repelente; de repente, envejece.

Ester nació en Adrogué. Conozco poco Adrogué. Fui una vez, una tarde, cuando era chica, pero no pasó nada memorable. Había sol, y alguien cosía. Quizás por eso. No podré darle color local al relato, ni describir esquinas, o parques. Mejor así. Detrás de algún arbusto podría hallar agazapado el riesgo de una aventura interesante. En todo caso, ya no puedo torcer el rumbo. Tampoco encuentro motivos.

En Adrogué, las mañanas eran alegres, con ruidos de baldes en patios soleados y platos apilándose. Ropa al viento. Rayuelas en las veredas. La flauta del afilador, anunciando la hora de la siesta. Ester aprendió a caminar en el patio de su abuela, que vivía a la vuelta. Todos vivían a la vuelta unos de otros. El mundo conocido era pequeño. Nada inspiraba temor; no había secretos.

A Ester le festejaban los cumpleaños con recurrente entusiasmo, todos los otoños. Veraneaba en la pileta de lona. Sus tías iban a visitarla, y le cosían vestiditos. Todos la querían; cómo no la iban a querer. Los padres también se querían, porque también, cómo no se iban a querer. Ni las palabras de amor ni las caricias eran necesarias. Se hablaba de fútbol, de la novela, de los demás. Todos patinaban por la superficie tersa y lustrosa de los días con infinita destreza, sin detenerse jamás ante ningún obstáculo, sin tropezar. La superficie de la vida es delgada, como el hielo sobre un lago al comienzo de la primavera. Detenerse en un punto hace que el hielo inevitablemente se quiebre, y quién quiere hundirse en un lago helado de preguntas sin respuesta.

Consecuente heredera de una estirpe, Ester pronto se convirtió en una patinadora experta. Iba y venía, saliendo airosa de todo peligro, esquivando toda trampa de transgresora reflexión. No le costaba ningún esfuerzo. Era un don innato. Patinaba con gracia. Con mucho donaire andaba por los aires, como cantaba el disquito verde que le habían regalado para su comunión.

Y así cruzó, patinando rauda a través de la primaria, el comercial, el noviazgo y el curso de inglés. Entró patinando a la iglesia el día de su casamiento, del brazo de su padre, quien la entregó a otra estrella del patín, un gordito con cara de bueno, vecino de toda la vida, generoso, porque cómo no iba a ser generoso, que la quería, como todos; cómo no la iba a querer. 

Esa fue la única noche de su vida en la que Ester corrió, por algunos instantes, verdadero peligro. La superficie de esa noche crujió en un momento, amenazante, turbadoramente frágil. La salvó, como siempre, un hecho trivial, al que se aferró con fuerza. Le llevó casi diez minutos idear cómo escurrirse fuera del cepo en que se encontraba, debajo del gordito, quien se había quedado dormido y se estaba volviendo pesado como una foca. Fue un proceso largo y trabajoso, porque tenía ambos brazos semiatrapados, y una pierna se le había dormido.  Mirando el techo en la penumbra, Ester sintió un vértigo preñado de espanto, y ese techo se convirtió de pronto en un precipicio sin fondo, al que se asomaba como si el cuarto se le hubiera dado vuelta, y estuviese boca abajo, flotando en el vacío.

Fue entonces cuando estuvo a punto de preguntarse qué hacía allí, cómo había llegado a ese hotel pretencioso. Cerca anduvo de  que su reciente y familiar marido se le antojara un extraño distante y ajeno, de quien nada sabía en realidad. Poco faltó para asomarse a la duda, para desear que todo hubiese sido distinto. Pero el sentido común, la pierna dormida y el cuerpo rollizo y oneroso corrieron en su ayuda, y dieron vuelta el cuarto, poniendo las cosas en su lugar. Como por arte de cordura, el techo volvió a ser el techo. Arriba fue arriba. Abajo fue abajo. Entonces descubrió que ese abajo la aprisionaba hasta ahogarla. Eligió transformar todo en una inofensiva metáfora, en la que la cuestión era cómo salir de abajo del gordito, pobrecito, cómo duerme, cómo lo quiero, cómo no lo voy a querer.

Ester cede. Merece perder. Merece perecer pero envejece.

Ester fue envejeciendo en su barrio. Sus embarazos tampoco la inquietaron. Muchas generaciones anteriores a ella se habían encargado de evacuar cualquier duda, y además estaba ese doctor en la televisión. Un verano, cuando sus dos hijos fueron algo mayores, el gordito la llevó a conocer el mar. Mirarlo le producía vértigo: una sensación parecida al pánico que no alcanzaba a explicarse, y que le recordaba algo, no sabía qué. Por las dudas no dijo nada.

Podría terminar aquí, dejar a Ester arrodillada en la playa, enterrando una cáscara de manzana en la arena, como quien entierra un recuerdo perturbador. Pero debo seguir, para no abandonar mi propósito inicial, atravesar la monótona llanura de una vida, de principio a fin.

Esa tarde, en la playa, Ester ignoraba que le quedaban exactamente ocho mil trescientos noventa y ocho días de vida, veintitres años y monedas, un largo tobogán de doscientas un mil cuatrocientas ochenta y seis horas por el cual deslizarse hasta caer y disolverse en otro mar, que la esperaba con los brazos abiertos. Uno parecido a éste, que le mojaba los pies, y le robaba la arena de las manos.

Sus hijos crecieron sanos. Se casaron con chicas del barrio. Ella fue una buena abuela, y sus nietos aprendieron a caminar en el patio de su casa, que quedaba a la vuelta. Miraba mucho cine. Le gustaban las novelas, porque eran largas. Duraban meses, todos los días pasaba algo inesperado, y ella participaba deslumbrada de esas vidas enredadas y llenas de sorpresas.

Una mañana Ester amaneció muerta. Murió en un sueño, como había vivido. Jamás supo de agonías, y ese día tampoco. Se fue plácidamente, sin estridencias, con un entierro callado y simple. Al viudo se lo veía más perdido que triste, como si ella le hubiera jugado una mala pasada.

Aquí sí me detengo. Ya no puedo seguir contando, y no porque Ester no siga. No lo sé. Nadie lo sabe. No conocemos el nombre del juego ni sus reglas. Desconocemos quién gana y quién pierde, si es que alguien pierde, si es que hay un juego. Una mujer  logró ignorar todo el misterio de su vida. El precio de ese logro es la Belleza, porque Ella siempre es abismo. Nos quedaremos entonces sin saber si se puede  también patinar sobre la superficie tersa y oscura de la muerte.

Marcela de Laferrère.
                                                                                       

                                                      


sábado, 2 de abril de 2011

Trastornos inventados. Cómo desactivar al que molesta.

Ani Choying Drolma sings the Seven Line Prayer




This buddhist nun sings like an angel, and dedicates the profits of her music to Tibetan cause.

White Tara Mantra (High Definition)

Padre es Lejanía.



Padre es lejanía. Una parte intrínsecamente constitutiva de la función de padre es la distancia. La función paterna es aquella que ya desde temprano oficia como cuña que nos separa del cascarón materno, ejerciendo así su primer actividad relacionada con lo espacial. Se convierte más adelante en la coordenada que nos permite el desarrollo de la discriminación intelectual: esto sí, esto no; la línea de contorno que separa y da forma, individualizando e individualizándonos. El padre desarrolla en nuestra personalidad aquel rasgo que utilizamos cuando apreciamos un cuadro, y para hacerlo nos alejamos de él, creando esa distancia que es esencial al pensamiento.

Es así que todos estos oficios dejan indisolublemente ligada la figura del padre a lo distante, por más cercana que haya sido la relación en el tiempo. No importa cuánto se juegue a la pelota con él, se viaje o se converse, la vida de ese hombre siempre tendrá algo de misterioso para nosotros, una dimensión que desconoceremos. Para zanjar al menos en parte esa distancia, curiosamente debemos hacer lo que él nos enseñó, alejarnos. Dar varios pasos atrás y mirarlo, no ya como padre nuestro, sino como el hombre que es o que fue, mucho más allá de nosotros. Despojar a nuestro padre de su paternidad para poder verlo más abarcativamente es un trabajo sutil y laborioso, no muy sencillo, pero generador de una saludable libertad.

Es esta relación de lejanía la que vemos luego simbolizada en el dios que nos ofrece la religión cristiana. Así es que Dios Padre, eternamente inconcebible, misterioso y distante, debe enviarnos a su Hijo para saltar ese abismo, y establecer un puente entre El y la humanidad. El nuestro es un dios decididamente varón, amoroso pero alejado, y cuando hablamos con El, miramos hacia arriba, como si estuviera efectivamente en el lejano azul del cielo. Otras culturas, no alienígenas, sino simplemente otros hombres en otros lados, han soñado diosas, para poder relacionarse con lo trascendente de una manera que involucre también lo femenino, que incluya la cercanía y la intimidad. Es así que en el hinduismo, por ejemplo, la deidad es un espejo que se ha roto en mil pedazos, brindando infinidad de imágenes a las cuales acercarnos de acuerdo a nuestra facilidad natural, o al momento de la existencia por el que estemos atravesando. También en el taoísmo encontramos lo masculino y lo femenino unificado en el ying y el yang que se abrazan en el Tao.

Siendo como es nuestra tradición religiosa, resulta inevitable que nuestra relación con Dios esté profundamente condicionada por la relación con nuestro padre terrenal, ya sea de una manera analógica o compensatoria. Surge aquí sin embargo una cuestión difícil de resolver. A quién conocimos primero, ¿a nuestro padre o a Dios? Más aún, para poder avanzar en la respuesta, debemos desglosar a Dios en el “ready made” dios envasado en la cultura, y el otro, el que habita más allá de la palabra y el pensamiento,
.
Sin duda, si efectivamente existe, hemos conocido a este Dios antes que a cualquier otra cosa. La pregunta sería entonces, si originariamente  modelamos al dios cultural a imagen de nuestro padre o viceversa. Otra pregunta interesante: ¿porqué nuestro Dios es varón? ¿Qué efecto tiene este hecho en nosotros ? ¿Cómo nos determina?
Ya en el Génesis aparece Dios Padre dividiendo las aguas de la tierra, la luz de la oscuridad, o sea, discriminando, como vimos, función paterna y en cuanto tal, masculina. ¿Era absolutamente necesario para la cultura dotar a un Dios único de género? ¿No puede acaso la mente humana concebir un Dios andrógino, libre de esa clasificación? Más allá de la dificultad de representarlo en un fresco, es evidente que sí se puede, por lo tanto ¿por qué o para qué se dotó a Dios de género? ¿De qué matriz conceptual nace Dios?

Volviendo a la cuestión del padre y la distancia, sorprende descubrir que personas con muy distintas historias y estilos de relación con sus padres, desde el que casi no lo conoció hasta el que gozó de una relación muy cariñosa y estrecha, tienen una sensación muy similar en cuanto a lo que no se dijo, no se supo, no se dio, que marca una imposibilidad, que de tan común ya parecería inherente a la relación. Como si una de sus funciones fuera crear ese espacio de añoranza y mirada dirigida hacia un más allá. Para bien o para mal, la relación con la madre es siempre más cercana y posible. Pertenece a la tierra, sea como sea sucede aquí, a nuestro lado. Nos refiere a lo cercano, al ombligo, a lo que si se perdió, fue porque alguna vez se tuvo.
Es dentro de ese campo de tensión entre estas dos relaciones tan distintas que vamos tomando forma, creyendo que nuestra anécdota de vida es muy distinta de la del vecino, sin sospechar que todo está sucediendo como tiene que suceder, para ir de a poco naciendo.